Cada mañana, un niño recorre solo el camino a la escuela. En su trayecto le acechan miedos muy reales: la penumbra de un túnel, el ladrido brusco de un perro, los gritos de un hombre que no controla su voz. Un día aparece un perro callejero que decide acompañarlo y, con esa nueva amistad, los peligros no desaparecen, pero se transforman: ahora los enfrentan juntos. El álbum, sin palabras, nos recuerda que la inclusión significa sentirse acompañado, seguro y valorado, aun cuando seamos diferentes.
Béatrice Rodriguez utiliza secuencias de viñetas, cambios de encuadre y variaciones de color para narrar las emociones: al inicio los tonos son ocres y apagados; cuando el perro irrumpe, irradian amarillos y naranjas que sugieren calidez. El lector debe “leer” miradas, gestos y distancias para comprender cómo la presencia del otro transforma el entorno. El libro invita a descubrir que la inclusión ocurre en pequeños gestos cotidianos: caminar juntos, mirar al otro a los ojos y reconocer sus temores y sus fortalezas.
Preguntas que surgen naturalmente:
¿En qué momento exacto el niño decide confiar?
¿Cómo reaccionan los transeúntes al ver a un niño y a un perro juntos?
¿Qué cambia primero: el entorno o la actitud del niño?
A. Antes de leer
Muestra la portada. Pregunta: “¿Creen que estos dos se conocen desde hace mucho? ¿Cómo lo saben?” Invita a fijarse en la dirección de sus pasos, la altura de las colas (perro y mochila) y las expresiones. El objetivo es activar la observación de indicios.
B. Durante la lectura
Detén la historia en tres escenas clave: entrada al túnel, encuentro con el perro y regreso a casa al día siguiente. En cada pausa, pide:
que describan lo que ven;
que imaginen qué siente cada personaje;
que digan qué podrían hacer para ayudar si estuvieran allí.
Así se conecta la empatía con la acción.
C. Después de la lectura
Invita a elaborar un “mapa del camino inclusivo”. Dibujen la ruta del niño y rodeen con pegatinas verdes los lugares que le dan seguridad (la mano del perro, la luz al final del túnel) y con pegatinas rojas los que producen miedo. Luego piensen en cómo convertir cada punto rojo en uno verde —por ejemplo, iluminando el túnel, enseñando al hombre a saludar amablemente o colocando un bebedero para el perro callejero.
D. Actividad creativa
Construyan “muñecos-compañeros” con calcetines o bolsas de papel. Cada niño diseña un amigo imaginario que lo acompañaría a la escuela. Al presentarlo explica:
qué cualidad especial tiene;
cómo le ayuda a sentirse incluido;
cómo él, a su vez, cuida del amigo.
Se refuerza la idea de reciprocidad: incluir es un movimiento de ida y vuelta.
En el aula
Lectura dialogada sin texto: permita que los niños propongan los diálogos. Después compare las distintas versiones y reflexionen sobre cómo cada palabra elegida puede incluir o excluir.
Rincón “tu miedo, mi ayuda”: coloquen dibujos de situaciones que asustan (oscuridad, ruido fuerte, separación). Debajo, los niños añaden propuestas de ayuda. Se construye un catálogo colectivo de estrategias incluyentes.
Con la comunidad escolar
Organizar un “camino seguro” simbolizado en el patio: cinta adhesiva con estaciones donde se representan los peligros del cuento. Familias y niños recorren juntos y comparten qué acciones reales podrían hacer más amable el trayecto a la escuela (acompañar, saludar, respetar a los animales).
En el hogar
Enviar una hoja “Historias sin palabras”: cuatro viñetas mudas que muestran a dos personajes distintos ayudándose. Las familias inventan el texto y luego se comparte en clase. Se fortalece la co‑creación y el reconocimiento de la diversidad familiar.