CAPÍTULO 3
Eje articulador: Igualdad de Género
El sol continuaba su ascenso, iluminando los árboles con un cálido resplandor dorado. Beto, aún emocionado por la experiencia con el quetzal Nahuel, siguió volando en busca de nuevas aventuras. De pronto, percibió un alboroto proveniente de un claro de la selva: varias aves se esforzaban por construir un gran nido comunitario en lo alto de un viejo ceibo.
Al acercarse, vio a dos guacamayas discutiendo. La primera, de plumas rojas y amarillas, protestaba:
—¡No es justo! Me toca buscar hojas y ramas todo el tiempo, mientras tú te quedas colocando los palitos en el nido. ¿Por qué no podemos turnarnos?
La otra guacamaya, de plumas verdes y azules, suspiró:
—Siempre me dijeron que “así es como debe ser”: las hembras recolectan y los machos construyen—.
Beto escuchó con interés. Recordó lo importante que era la inclusión que había aprendido esa misma mañana, y pensó que la equidad de género también significaba compartir tareas y oportunidades por igual, sin importar si uno era macho o hembra, grande o pequeño.
—Perdón que interrumpa— intervino Beto suavemente—, pero quizá ambos puedan disfrutar y aprender de las dos tareas. ¿Por qué no intentan intercambiar trabajos por un rato? Así verán que construir y recolectar son labores que cualquiera puede realizar.
Las guacamayas se miraron con algo de duda, pero finalmente aceptaron. Comenzaron a turnarse para buscar ramas, hojas y musgo, y luego subían al nido para entretejerlos. Para sorpresa de ambos, descubrieron que tenían habilidades complementarias:
La guacamaya roja y amarilla tenía un excelente ojo para encontrar ramas resistentes en lugares insospechados.
La guacamaya verde y azul resultó ser muy ágil al acomodar las piezas en el nido, tejiendo con precisión.
Poco después, otras aves se sumaron a la construcción. Vieron cómo, al trabajar en equipo y sin imponer tareas fijas según “quién es quién”, el nido iba creciendo firme y armonioso. Al final del día, ese gran refugio en la copa del ceibo era una verdadera obra colectiva.
—¡Gracias, Beto!— exclamaron las guacamayas—. Al compartir las tareas de manera equitativa, hemos aprendido que cada uno puede aportar algo valioso, sin importar su género.
Beto alzó el vuelo para continuar su viaje, contento de haber sembrado una semilla más de aprendizaje. Recordó los momentos en que él mismo creía que ciertas actividades estaban destinadas a unos y no a otros… y comprendió que, si todos colaboran desde el respeto y la igualdad, se logran cosas maravillosas.
El reto del capítulo
Para reflexionar: Piensa en las tareas diarias (en casa, en la escuela o en tu comunidad). ¿Existen actividades que siempre hace una sola persona? ¿Crees que podrían repartirse y compartir responsabilidades?
Para actuar: Prueba hoy a intercambiar una tarea con alguien más. Por ejemplo, si tú siempre lavas los platos y la otra persona tiende la ropa, cambien roles. Comparen sus experiencias y reflexionen sobre cómo se sintieron haciéndolo.
Con esta tercera aventura, Beto sumó un aprendizaje esencial a su travesía. Aún con energía y curiosidad, se dispuso a seguir volando hacia su próximo destino, mientras el sol, cada vez más intenso, iluminaba el camino que lo llevaría a su cuarta parada del día.