CAPÍTULO 2
Eje articulador: Inclusión
El sol seguía su camino ascendente cuando Betoh emprendió vuelo lejos de la Feria Internacional de la Lectura y la Escritura. Con el corazón todavía palpitante por la emoción de sus recientes descubrimientos, se preguntaba qué más le depararía el día.
Mientras atravesaba una zona de árboles frondosos, divisó a un pequeño quetzal que se posaba en una rama, apartado de los demás. Notó que algunos pájaros jugaban cerca, pero el quetzal parecía no atreverse a unirse a ellos. Al acercarse, Betoh percibió la mirada inquieta del ave, que movía sus alas con torpeza.
—Hola, ¿por qué no juegas con los demás?— preguntó Betoh con amabilidad.
El quetzal bajó la mirada y confesó con voz temblorosa:
—No sé si me aceptarán. Mis plumas son diferentes a las suyas, y a veces no puedo volar tan alto debido a una lesión que tuve en mi ala. Me da vergüenza acercarme…
Betoh recordó las historias que había leído sobre distintos pueblos y culturas, donde cada uno aportaba algo especial. Pensó que, de la misma manera, cada ave, con su forma de volar o sus rasgos particulares, debía tener un lugar entre los demás.
—Ven, te presentaré a mis amigos— dijo Betoh, tendiéndole su ala con confianza. —Te aseguro que todos tenemos un espacio aquí en la selva.
Juntos, se dirigieron hacia el grupo de pájaros que reían a carcajadas mientras disputaban un amistoso juego de semillas. Al principio, el quetzal se quedó atrás, inseguro, pero Betoh se adelantó y comentó:
—Amigos, les presento a… ¿cómo te llamas?
—Soy Nahuel— respondió el quetzal con un ligero temblor en la voz.
Los demás dejaron sus semillas y lo recibieron con curiosidad. Con el impulso de Betoh, cada uno compartió su nombre y una cualidad que los hacía diferentes:
—Yo soy Pico Largo, y mi pico mide casi el doble que el de ustedes—
—A mí me llaman Plumita, porque mis plumas son muy suaves—
—Y yo, Cacao, no canto tan fuerte, pero percibo los olores mejor que nadie—
Entre risas, todos se dieron cuenta de que cada peculiaridad los hacía únicos y enriquecía la convivencia. Nahuel pudo integrarse sin problemas. Aunque su ala seguía algo lastimada y no podía volar tan alto, encontró maneras de participar en los juegos: daba paseos cortos o ayudaba a recolectar semillas más cerca del suelo.
Betoh sintió una gran satisfacción al ver cómo la inclusión creaba un ambiente de respeto y alegría, tal como lo había aprendido en la feria de lectura, donde tantas historias distintas convivían sin excluirse. Observó a Nahuel sonreír por primera vez al sentirse parte del grupo.
—¡Gracias, Betoh!— exclamó Nahuel. —Aprendí que, con un poco de apoyo, todos podemos disfrutar, sin importar nuestras diferencias.
El reto del capítulo
Para reflexionar: Piensa en una situación de tu vida diaria en la que alguien se sienta apartado. ¿Qué podrías hacer para incluirlo y hacerlo sentir valorado?
Para actuar: Organiza con tus amigos o compañeros un juego o dinámica en la que todos participen. Asegúrense de que cada persona se sienta cómoda y encuentre su manera de colaborar.
Con esta segunda aventura, Beto comprendió aún más que la riqueza de la selva—y del mundo entero—nace de las diferencias que compartimos. Emprendió de nuevo el vuelo hacia su siguiente destino, dispuesto a seguir aprendiendo y a llevar cada lección de regreso a su casita cucú, cuando el sol se pusiera en el horizonte.